lunes, 28 de mayo de 2012

El primer concierto



Hoy hemos llevado por primera vez a Héctor, nuestro hijo "mayor" (en el sentido de "primogénito" porque todavía tiene, a día de hoy, tres años y cuatro meses) a un concierto de música clásica.

Ya habíamos estado con él en algunos dirigidos a niños/as,  y también había entrado un ratito en algún concierto de su padre, pero hoy nuestro hijo ha pasado "la prueba de fuego" acompañándonos a un recital "para adultos". 

A pesar de que teníamos ciertas dudas sobre si Héctor podría estar tranquilo durante buena parte del concierto (hace un tiempo leí que un niño puede mantener la concentración escuchando música sólo durante el total de minutos que coincidan con su edad; en su caso, serían poco más de tres),  nos ha parecido que era una buena ocasión para probar, ya que en el concierto (que se ha llevado a cabo en el Auditorio Josep Carreras de Vila-seca, Tarragona) tocaba como solista, junto a la Orquesta Camera Musicae, el cellista del Cuarteto Alart, a quien nuestro hijo conoce y aprecia mucho.   

Antes de empezar el concierto, le hemos explicado qué íbamos a ver (una orquesta -es decir, un conjunto de distintos instrumentos de cuerda, viento y percusión que tocan juntos -y un solista- un cellista- que toca con ellos), cómo se estructura un concierto (dos partes, con una pausa intermedia) y cómo nos debemos comportar en un concierto de música clásica (debemos hablar muy flojito, tenemos que sentarnos correctamente...etc.).

Si nuestro hijo hubiera sido un poco más mayor (cinco o seis años) también le hubiéramos comentado el programa (las obras) que estaría a punto de escuchar y los compositores de éstas.

Héctor ha aguantado muy bien más de la mitad de la primera parte y, otro tanto, de la segunda. Le hemos pedido que en cuanto estuviera cansado nos lo dijera (para salir de la sala con él) y así lo ha hecho.

La verdad es que tanto él como nosotros hemos podido disfrutar del concierto: él, porque no le hemos obligado a permanecer en el auditorio más allá de lo que ha querido y podido (y durante el tiempo que ha estado allí, ha escuchado atentamente y se ha fijado en muchos detalles que luego nos ha comentado) y nosotros, porque, a pesar de no haber podido ver el concierto "de cabo a rabo", hemos tenido la oportunidad de escuchar buena música, en muy buena compañía. 

Sin duda...¡repetiremos!

viernes, 18 de mayo de 2012

Mozart y la vitamina D


Si hay un compositor en la historia de la música cuya vida haya interesado casi tanto como sus composiciones, ése ha sido Wolfgang Amadeus Mozart.

Hace unos días, mi fantástica compañera de trabajo Anna Céster (que, además de pianista, es médico) me pasó un artículo sobre la precaria salud que padeció el compositor austríaco a lo largo de toda su vida (¡gracias, Anna!) que me pareció bastante curioso y que me gustaría compartir con vosotr@s en esta entrada.

El texto explica que, según un estudio publicado recientemente en la revista Medical Problems of Performing Artists, W. A. Mozart hubiera tenido una vida más larga (murió en 1791, con tan sólo 35 años) si hubiera “tomado” más el sol.

Parece ser que el músico, que padecía frecuentes infecciones, tenía deficiencia de Vitamina D, nutriente esencial para la salud ósea que se obtiene de manera natural cuando el cuerpo se expone a los rayos ultravioletas del sol (vivir en una región de Austria no demasiado soleada y la costumbre de trabajar de noche y dormir de día le llevaron a esta carencia de luz solar).

Éste artículo me hizo recordar la actual recomendación sobre la administración de un suplemento de vitamina D a los recién nacidos amamantados (parece ser que las leches artificiales ya la llevan incorporada) con el fín de evitarles futuros problemas de salud, como padecer raquitismo.

Así que, ya véis. Por muy terapéutica que sea la música (y, en especial, la de Mozart, según dicen los especialistas), entre concierto y concierto......¡a pasear bajo el sol primaveral!

martes, 8 de mayo de 2012

La voz materna


Cuando hace cuatro años estaba embarazada de mi primer hijo, como muchas madres primerizas, leí numerosos libros sobre temas relacionados con los bebés. Entre otros, cayó en mis manos El Efecto Mozart para niños, escrito por Don Campbell (editorial Urano). En éste leí por primera vez sobre la importancia de la voz materna para el correcto desarrollo intelectual, físico y afectivo de los recién nacidos.

El oído del bebé intrauterino empieza a funcionar entre el 4º y el 5º mes de gestación. Los primeros sonidos que percibe son los que provienen del organismo en el cual se está desarrollando (sobre todo, el del latido del corazón) y los de la voz de su madre.

Hasta que nazca, y durante varias semanas más, la voz materna será el sonido más importante y atractivo que oiga. Mediante su voz, la madre podrá “conectar” con su hijo aún no nacido. Sin duda, ésta reforzará el vínculo entre ambos. Además, durante su vida intrauterina, el bebé estará atento a todos los aspectos del tono de voz y de la entonación del habla de la madre, lo cual le llevará a “grabar” su idioma materno y, en consecuencia, a preferirlo por encima de los demás cuando nazca y a cimentar su aprendizaje.

La voz de la madre gestante se vuelve aún más especial para su hijo cuando ésta le canta. Según D. Campbell, cantar hace circular vibraciones energéticas por los músculos y los huesos tanto de la madre como del hijo, produciendo una sensación de masaje interno entre madre y bebé. Esto proporcionará a ambos una sensación de tranquilidad y bienestar que, por otro lado, es fundamental para el correcto desarrollo del niño (en todos los sentidos) dentro del útero.

Muchas madres consideran que su voz no es bonita o afinada y que, por tanto, no va a ser positivo cantar a sus hijos. En realidad, no hace falta cantar perfectamente. Lo más importante para un bebé es el contacto amoroso con su madre, a todos los niveles . Para él, su madre es la persona más especial del mundo y su voz (igual que su olor, que su tacto, que su leche...), insuperable.

En el momento del nacimiento, desde el primer momento que la madre tiene en brazos al bebé, se siente, de manera totalmente espontánea y natural, el deseo de cantarle. En este sentido, puedo explicar que al cabo de un tiempo de nacer Héctor, mi hijo mayor, ví un vídeo que su padre gravó unos minutos después de que yo diera a luz, mientras ambos estábamos “piel con piel”. Héctor lloraba desesperadamente y yo, instintivamente, empecé a cantarle para que se tranquilizara; la verdad es que no recordaba haberlo hecho (quien haya pasado por un parto sabrá que, por la intensidad del momento, hay muchos detalles que se olvidan...), pero me pareció muy bonito ver que los primeros minutos de mi vida como madre los pasé cantando a mi hijo (¡ y ya os expliqué lo bien que canta él ahora!).

Durante las primeras semanas de un bebé, el canto de la madre es, quizá, aquello que más le tranquiliza; sin duda, éste les hace recordar su paradisíaca vida dentro del útero. Además, según investigaciones recientes, el canto materno es, seguramente, la mejor iniciación musical que un niño puede tener (podéis leer sobre esto en el libro ¿Se nace musical? de Johannella Tafuri, de la editorial Graó). Parece ser que los niños cuyas madres les han cantado tanto durante su periodo de gestación como durante los primeros meses/años de vida, desarrollan más y mejor su oído y su musicalidad y que, por tanto, tienen una mejor base tanto para cantar como para tocar un instrumento.

De hecho, el canto materno se ha utilizado, incluso, como una “herramienta” terapéutica en el Método Tomatis, tal y como podéis leer aquí.

Para acabar esta entrada, quisiera compartir con vosotr@s una cita de Enrique Morente, que, en pocas palabras, resume lo comentado:

“El cante me viene de mi madre. Ella no era cantaora, pero de su voz viene todo. De ahí procede”

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